
It’s Okay to Not Be Okay (I’m a Psycho but It’s Okay; Psycho But It’s All Right; Psycho But It’s Okay; Psycho But It’s Fine): Y como los donuts, las series vienen de dos en dos en esta entrada. Esta vez, una que fue bastante anunciada en su día. Que aun nos quedan días de calor y mal dormir, así que la temática nos viene al pelo (resudao), y en esta serie sale un aspecto de la salud mental que había quedado en el aire en la otra: la resignada vida y reprimidas emociones de los cuidadores familiares que en muchas ocasiones no tienen quien les apoye, se tragan solitos el marrón y encima saben que no hay arreglo, no hay cura, y en todo caso va a ir a peor durante los años que dure el paciente (o el cuidador antes de tirarse por la ventana)

Esta vez, también nos vamos a un hospital, pero no a una unidad cerrada o semiabierta sino a todo el centro dedicado a la salud mental. Muy majo el, en una zona cerca del mar totalmente paradisiaca (que cliché, por dioxxxx). A este hospital viene a trabajar un enfermero especializado, chico monísimo pero con algo que hace cric, cric cuando te fijas. Ya lo comentan varios personajes, que lleva el mozo la sonrisa fija en la cara como si fuera el Joker. Y es raro que cada poco tiempo vaya cambiando de lugar de trabajo, como si le picaran los pies si se queda mucho tiempo en el mismo lugar… pero bueno, no está la oferta de personal para ponerse picajosos, y no hay nada en su historial que lo descalifique, así que hala, contratado.

O sea, su vida empeñada en aguantarse las ganas, tragarse los sapos, tirar p’adelante, renunciar a todo y disimular para que su hermano pueda disfrutar de la suya. El síndrome del cuidador en todo su apogeo, incluyendo el impulso de tirar la toalla y cortar la cuerda que ata sus pies al enfermo , y que como un peso le arrastra al fondo, si es preciso eliminando físicamente al pariente necesitado. Esos pensamientos “malvados” a su vez crean un sentimiento de culpa y vergüenza que duele como una llaga cada vez más grande

El personaje del hermano autista podría haberse convertido en un simple macguffin, pero tienen mucha sustancia per sé. Es un artista autodidacta que tiene como obsesión el mundo de los dinosaurios, y que hace dibujos en un estilo entre infantil y siniestro. Hace lo que puede en pequeños trabajos intentando aportar a la familia, pero el mundo laboral no está pensado para gente alternativa. A pesar de ser incapaz de reconocer el lenguaje no verbal de las personas (los gestos y muecas de las caras), tiene un finísimo radar para otras cosas, y de tonto no tiene un pelo. Como autista, tiene una sensibilidad desmedida a los ruidos y la agresividad, y cuando se encuentra atacado corre a encerrarse o esconderse. La comunicación verbal es complicada, pero la compensa con sus dibujos.

El hermano autista disfruta leyendo los cuentos del personaje femenino principal, la escritora de libros infantiles superventas. Que a pesar de que sus cuentos son oscuros y con un rebufo casi de terror, les ENCANTAN a los nenes. Y es que, por mucho que los apóstoles de la ñoñería se queden roncos exigiendo campos de florecitas y relatos tontorrones, a muchos niños (y a muchos mayores) les gustan los cuentos de hadas originales, llenos de oscuridad a la que el héroe debe sobreponerse (si puede), con brujas espantosas, monstruos sanguinarios, entes malignos de todo tipo: crueles historias que explican el mundo real al que se deben enfrentar cuando salgan de las páginas del libro.

A la susodicha se le mete entre ceja y ceja comerse con patatas al guapo enfermero, y si para conseguirlo tiene que pasar por encima de todo, lo hará. Cuanto más se resiste el mozo, mas se empeña ella. Que eso le viene de fábrica, y desde pequeñita andaba enredando como un entomólogo sádico. Aparte de eso, tiene sus propios fantasmas y traumas con los que lidiar, porque caray cómo era la mamá de la niña… Ya lo dice el padre, ingresado en el mismo hospital (uy, las coincidencias de Dramaland) con demencia y tumor cerebral, que madre e hija son iguales, y por eso se cargó en su día a la mujer. Ayvadios, que líos

Efectivamente, este es un k-drama que tiene como hilo conductor una historia de misterio y cuasiterror. Como si la descripción de los pequeños arcos argumentales de los pacientes incrustados en la línea general de “el cuidador sobrepasado” no fuera suficiente. Eso obliga a un final con una resolución un poco descuidada, y es una pena, porque todo lo demás es una maravilla. Desde las animaciones con un estilo Coraline a detalles como el extra del episodio 6 (un mini postcréditos en blanco y negro con una historia basada en Barbazul).

Pues al final mi recomendación es que la disfrutéis y perdonéis los pufos de guión. Porque el protagonista (Kim Soo Hyun, que asomó por el hotel de los fantasmas y los norcoreanos románticos y casi se dedicó a jugador de bolos profesional) es sabrosísimo; porque la protagonista (Seo Yea-Ji, estuvo estudiando periodismo en España antes de centrarse en la interpretación y ser modelo, y por lo visto tiene “similitudes” con su personaje) en el fondo hace cosas que los demás querríamos hacer también; porque el segundo protagonista (Oh Jung Se, sus interpretaciones son una garantía de buen producto, sea pateando monte, sea de amigo de un vampiro, y como cotilleo os digo que sufre prosopagnosia) es tierno, exasperante y un puñetero genio; Porque el director del hospital (Kim Chang Wan, otro todoterreno que ha sido abogado fiel y cien cosas mas y que además es compositor y cantante de Rock, toma ya) es un tonto muy listo; porque los secundarios que salen como pacientes o trabajadores o simplemente pasaban por allí son estupendos (Kim Mi Kyung, la eterna mamá; Bae Hae-Sun, que también trabajó en el hotel lunático, discutió con la investigadora alocada, huyó de los zombies, vivió en el pueblo costero…)

Todo esto de mantener escondida la enfermedad mental no es algo que solo ocurra en Corea, de hecho, los americo-coreanos son igual de callados con respecto a sus problemas, y da igual si son modestos trabajadores manuales o licenciados en medicina (que deberían estar mas concienciados). Eso no se cuenta, y punto. Como sus parientes de la península, antes reventar que pedir ayuda. Hay que ser un tipo muy bragado para admitir que se han sufrido ataques de pánico, como el actor Lee Byung-hun, y arriesgarse a la estigmatización social, al rechazo de las compañías aseguradoras, la pérdida de empleo …

Todo esto del reconocimiento de la enfermedad mental es muy moderno, según he encontrado por ahí. Antes que llegaran los japoneses metiendo a la gente en hospitales psiquiátricos, el único remedio, como hemos comentado varias veces, era llevarlos al chamán de turno y que le hiciera un exorcismo. Y eso que el conocimiento occidental de la anatomía y fisiología humana ya había sido introducida (probablemente) en Joseon en 1645 por cortesía del Príncipe Sohyeon (1612-1645). La admisión “oficial”, sin embargo, entró en el currículum del Tai-Han-uiwon (escuela de medicina gubernamental) en 1899

Los japoneses, al invadir Corea y convertirla en una colonia del Imperio, decidieron que todo el asunto era inadmisible, y puesto que se empeñaron en erradicar el Muísmo (chamanismo coreano), elaboraron una nueva “retórica de los cuidados”, en la cual la salud mental era un problema médico y social. No es que les tuvieran especial cariño a sus colonizados, pero si se les iba la pinza sin tener donde controlarlos era una grave molestia, así que montaron el departamento de Salud mental en la Chongdokbu-uiwon, (la clínica del gobierno colonial japonés), organizaron asilos y hospitales donde tenerlos encerrados (como el Seoul City Mental Hospital en Cheongnyangni), basándose exclusivamente en el diagnóstico de acuerdo a la nosología Kraepeliniana (que ni idea de lo que es, a ver si algún especialista nos lo explica en Román paladino). Se mantenían listas de “conflictivos” estrechamente vigilados por la policía, se inflaban las páginas de los periódicos con noticias sobre “los crímenes de los locos”… y cuando se independizó Corea y cerraron los asilos, se abandonó en la calle a tantos internos que se habían mantenido cual geranios a base de pastillas y correas, porque·había cosas más urgentes que atender”. Y no os cuento cómo fueron los años posteriores…

Pero como en tantos sitios y no precisamente limitados a las zonas rurales, los conceptos modernos de enfermedad mental han fracasado al intentar superar a las creencias y prácticas indígenas (normal, visto que como siempre los enfermos son dejados en las manos de las familias, no hay médicos, no hay plazas, no hay soluciones…). Persiste la tendencia social en somatizar las enfermedades como “culturales” y explicar los comportamientos inquietantes como fallos espirituales y morales, lo que refleja la resiliencia de la comprensión tradicional de la enfermedad mental. Si estás loco, si tienes alucinaciones, si te da por saltar en porretas en el escenario para reclamar la atención de tu estricto padre y tu fría madre, es porque eres un mal hijo, un tarado, y hay que esconderte. ¿Litio? Un par de cabezas de cerdo y un cubo de sangre de caballo y se acabó


la salud mental de los individuos recse sobretodo en las familias que son el soporte emocional-economico-social del paciente y que con los recursos que tienen en cada situacion ayudan en lo que pueden, a veces muchos otras muy poquito. Se ha avanzado bastante en el mundo occidental en cuanto a diagnostico y tratamiento pero el estigma social permanece aunque menos desaforado que antes y gracias a profesionales que han conseguido que estos pacientes se vean con otros ojos…ver pelicula Campeones.
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