
The Swordman (Swordman; Geomgaek; El Guardián de Acero): uffff ni os cuento el lío de agenda que llevo estos días. A este paso, voy a tener que encargar unas pizzas en Navidad y hacer los regalos con vales. Ah, y el arbolito y el belén, con un enlace a alguna página de Internet. Así que vamos a ir dejando aquí algunas cositas para que las pongáis en la lista de “pelis de espíritu navideño” y os riais por lo bajini del cuñadista empeñado en tragarse productos de arte y ensayo (paste y desmayo). Nada, nada: acción a tutiplén, exotismo histórico… vosotros le decís que habéis programado una película coreana con gran mensaje social, que ha sido super taquillera, que tiene un realismo muy atractivo… y cuando el cinéfilo de baratillo se siente a ver alguna cosa estilo Parásitos, o Poesía, o La Doncella… y salga el primer plano con un tipo rebanando pescuezos, se va a quedar tan pillado que ya no se atreverá a abrir la boca en todas las Navidades excepto para meterse en ella los langostinos y el turrón.

Así, para resumir en un parrafito, la historia transcurre en el Reino de Joseon en el siglo XVII (que como habéis leído con interés la entrada correspondiente, ya sabéis que se refiere a la Corea bajo la regencia de la Dinastía del mismo nombre, entre1392 y 1910). En China hay cambio de gerencia, y el vecino Reino de Joseon sufre de rebote. Los chinos entran a sangre y fuego para imponerse, y la película comienza en ese punto, con una revuelta en el palacio que se lleva por delante al rey y coloca un gobierno colonial. Ahí solo ha quedado un guardia fiel aguantando el palo.

Criatura inocente empeñada en curar la ceguera del padre, y buscando el remedio acaba siendo capturada por traficantes de esclavos: evidentemente, le toca al padre (que vivía discretamente como un sencillo campesino) sacar recursos de donde no tiene, sacar la espada de la funda y sacar energías de su corazón para ir a buscarla.

Una película de excelentes escenas de lucha con armas blancas y hasta de fuego: Dos grandes duelos a espada, escenas de lucha “uno contra todos” (que caen los soldados chinos -a pesar de llevar mosquetes- como marcianitos en la space invaders; de hecho, la estructura de las luchas recuerda mucho la disposición de este juego: vas pasando pantallas y al final tienes que enfrentarte al Gran Marciano). Mucha sangre (cubos, bidones… piscinas enteras), pero todo muy artístico dispuesto en escenarios naturales preciosos. Acción abundante, y cuando no hay, tensión de ese nido de víboras que es la Corte. Bien, oigan, bien… Ya se sabe que nada mas navideño que el sacrificio solsticial del Rey del Haba sobre la nieve, todo sea para asegurar el retorno del Sol. El etalonaje es mas bien plano (poco contrastado) y de poca luminosidad. No sólo es que hay muchas escenas nocturnas: es que toda la imagen parece agrisada o desaturada, como si estuviera nublado. Hasta un filtro de «marco negro» he pillado en varias escenas. Acostumbrados a los fuertes contrastes y colores vivos de la mayoría de producciones actuales, puede que nos chirríe el ojo, pero si me hacéis caso y preparáis el entorno del monitor (oscurecer la habitación, no mirar los móviles…) apreciaréis la suavidad

El papel principal, el espadachín que lleva mil cortes en su cuerpo y va regando con su sangre todos los patios del palacio (y uno se pregunta cómo no se ha desangrado ya), está a cargo de Jang Hyuk, que parece que le han cortado el papel a su medida. Desde luego, han sacado buen partido de su CV como atleta de taekwondo y su práctica de Jeet kune do (un sistema de artes marciales desarrollado por Bruce Lee), Canta, baila y se mantiene en forma. El militar chapucero lo encarna Jung Man Shik, otra de esas caras cuadradas y duras que hemos visto en series y películas, que si correteo en Mogadishu, que si discuto con los zombies rampantes… Y un villano de importación tirando a psicópata al que le da cara y voz Joe Taslim, actor indonesio con brevísimo CV, y que en vez de cantar o modelar como segunda actividad es artista de artes marciales. Normal que las escenas de duelos hayan sido tan bien organizadas, con tan prometedor elenco. El resto del reparto tambien trabaja estupendamente, y aqui y allá vemos muchos secundarios que han trabajado en saeguks (series y dramas de época con mucho vestuario histórico y escenarios reales) y en lo que les echen, siempre cumpliendo el papel con méritos. Ademas, cuando echas un ojo a las páginas de crítica profesional, sale un montón de actores que han colaborado como «invitados», o sea que han trabajado sin cobrar o por un mínimo estipendo, por amistad o ganitas de hacer currículum, así que sospecho que el presupuesto ha sido exprimido al máximo para meter dinero en el apartado técnico. Con deciros que las cámaras están bastante estabilizadas, y casi no se nota el trepidado -que es la puñetera moda actualmente en las producciones-… si, está rodada «a mano» con steadicam: se nota porque la cámara se mueve con alegría en los planos, como si fuera los ojos del espectador, y no digamos la coordinación con los actores en las escenas de acción, pero no «convulsiona» ni temblequea. Vamos, que en vez de hacerse largo y reiterativo el metraje, nos quedamos con ganas de más, a ver si acabamos de ver desarrolladas a fondo varias subtramas… bueno, lo confesamos: con ganas de mas batallitas, duelos, peleas y disparos. Que le vamos a hacer…

Tengo que hacer una entrada sobre la Historia de China, pero es un asunto complejo y lleno de “subtramas”. Como decíamos, la película utiliza como motor de la acción el cambio (a tortas) de la dinastía Ming a la siguiente, la Qing. Venga, solo un apunte: La dinastía Ming (1368 – 1644) se hace con el poder entre los estertores y desmadre de la anterior (Yuan), y como suele ocurrir empieza muy bien y acaba fatal. Cuando empieza, reorganiza el Estado, centraliza el poder, extiende su influencia por todo el Sudeste Asiático a base de expediciones marítima, recupera el “espíritu tradicional” a base de confucianismo (aunque abre la mano a religiones y etnias distintas a la Han), se protege de piratas y asaltantes (los mogoles), protege al campesinado… florecen las artes, las técnicas y las edificaciones, la población en general prospera, y aunque mantiene a Joseon como una especie de “protectorado vigilado”, su mayor desarrollo cultural y técnico va modelando la sociedad de la península. Cuando Toyotomi Hideyoshi (daimio del período Sengoku que unificó Japón) organiza dos invasiones de la península joseana, le saca los dientes y apoya a su protectorado. Desgraciadamente, tras mandar a los japoneses de vuelta a su isla con una patada en el trasero, el poder del Emperador empieza a corromperse, y los eunucos toman las riendas. Mal momento: los pueblos tunguses se han instalado en Manchuria y se les está quedando pequeña. Así que se suben a lomos de sus ponies trotones y se meten hasta la cocina en Pekin, El Emperador se ahorca, el resto de la familia huye en desbandada y los ahora reciclados como manchúes fundan la Dinastía Qing

Otra vez se repite el ciclo “empezamos saneando-acabamos putrefactos”. Ya en el primer impulso, y una vez reorganizados como Dinastía, los nuevos amos se lanzan sobre la península como manada de lobos. Una primera invasión en 1627 no había acaba de doblegar a los joseonianos (que apoyaban a los aun coleantes Ming), y en 1636, tras quitarse de en medio a los últimos Ming, van con todo contra la península. Se desata el infierno: masacres al por mayor, violaciones masivas, secuestros de cientos de mujeres coreanas que son esclavizadas y trsladadas a China, humillaciones, impuestos salvajes… Para cuando se inaugura “oficialmente” el periodo Qing (1644 – 1912), Joseon es una provincia tributaria y ojito con menearte, aunque el pueblo y las élites tascan freno y se rebelan por lo bajini

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