
Hunger: Dos películas seguidas… la vimos el otro día y me apetecía comentaros esta perlita escondida cuanto antes, para que os animéis y la pilléis antes de que se os pierda en los catálogos de las distribuidoras. Que parece que solo existe el cine de un puñado de países, sota, caballo y rey, y hay otros creadores que aun siendo exóticos conectan más con nosotros que esos superhéroes con problemas tan, tannnn chachiamericanos que son extraños hasta para sus propios compatriotas de vidas normalitas. Hoy, una producción tailandesa. Si, si, fíjate, en Tailandia son capaces de hacer unas películas de calidad. Ah, pero esto ya lo sabíais los que leéis este blog picarón. Y mira que han arrugado el morro tantos críticos snob que se creen el supersabio del cine, que digo, el león rugiente en la orla. Los mismos que se derriten con cualquier tontería pretenciosa y mal organizada, negando que el rey esté desfilando en porretas, o que aplauden entusiastas las fantasías bondage con adolescentes mórbidos sin mas razón que las ansias vivas de carnaza de directores pasaditos de rosca (si, yo también intenté echar un ojo a Saló, y en diez minutos lo catalogué de estafa inmerecedora de mi tiempo)

La protagonista tiene mucho que ganar, poco que perder, y el objetivo de progresar en la cocina directamente desde lo más alto. Allá que se mete a dejarse arrancar las uñas si hace falta con tal de pillar la estela. Hambre, el hambre del título de la película, que muy bien explica el chef, porque los pobres tienen hambre que sacian con la comida sin más pretensiones (como le reprocha la cocinera a su joven pariente, que vuelca toda la comida en un solo cuenco y parece que lo ha llenado en el pesebre de la cochiquera), pero una vez saciado ese impulso hay otra hambre, la que no se acaba nunca. Hambre de reconocimiento (los pobres aspirando a salir de su pobreza), hambre que surge como un eco del agujero oscuro de vidas inútiles que creen disfrutar los ricos. Y los ricos pagan cantidades fabulosas por lo que creen que rellenará el hueco, en este caso comida con espectáculo incluido, comida con un halo de magia o santidad. Y aquí se separan la cocina “de verdad” y la “cocina espectáculo”, donde los ricos exhiben su dinero y creen comprar esa magia que los distinguirá de la masa amorfa.

Desde su página de presentación del restaurante el chef lo avisa: cocina para los que tienen hambre de algo más. El no trabaja por amor a la comida, ni amor a sus comensales ni nada de eso: el ejerce para trolearlos a base de bien. Desprecia su soberbia, su vacuidad, y en vez de coger un fusil y hacerse revolucionario se ríe de ellos. En el fondo, el chef es un subversivo que organiza un show con la excusa de la comida, los tiene bien calados en su estupidez, y simula una subordinación que no existe

Los críticos de nariz arrugada, decididamente, no se han visto la película (o lo han hecho zapeando sin escuchar los diálogos) porque nada de lo que dice el chef es mentira o exageración. Ni lo que dice el subchef (“una cocina no es una democracia”). Y lo que sucede en la cocina (broncas, peleas, humillación, sufrimiento…) es casi un paseo por la campiña comparado con las cocinas profesionales “de verdad”. Que vuelen por los aires cuchillos y sartenes no es raro; que se castigue a los empleados con tareas por debajo de su rango es habitual; que entre profesionales se hagan la puñeta y si pueden, se pongan zancadillas mortales, la puñetera realidad. Vamos, comparado con lo que he escuchado que ha sucedido en esos entornos de trabajo, el chef es un buen jefe que tenia acogida a la novata por pura bondad

Media película me he pegado gruñendo ¡Dejad de criticar a la chica, está intentando pagar facturas y mejorar! Porque el chef la machaca, exigiéndole dedicación casi de anacoreta (el no se ha casado, ni tiene pareja, ni familia, ni aficiones, ni na de ná) pero su propia familia intenta arrastrarla de vuelta a su pobreza no solo económica sino también mental. La envidia del pobre, que cuando alguien sale del hoyo se le cuelgan de las piernas para arrastrarle hacia abajo, normalmente con tremendos chantajes emocionales.


Pero para los superricos todo vale. Ambas dos experiencias son igual de sorprendentes. El plato de Aoy, porque para ellos comer un platillo “de pobretones” es una novedad, asomarse a la humanidad doliente como el que va de safari. El asado del chef, porque es pura lujuria. En la fiesta, como en la vida, saltan de espectáculo en espectáculo sin disfrutar ninguno ni implicarse en nada, y asi se sigue haciendo mas y mas terrible esa hambre

Cuando Aoy está en un momento bastante delicado personalmente, un inversor la ficha para convertirla en la nueva superestrella de un restaurante. Después de sufrir bajo la bota del tirano, toca independencia. Y no, no la ficha por ser excelente con su cocina, sino porque la chica da muy buena imagen, y comercialmente, el presentarla como una joya oculta que hace volar los woks populares sublimados en alta cocina mola un montón. Que otra vez la pista la da el chef: “¿esto es caro porque es especial, o es especial porque es caro?”. El lo tiene claro: están vendiendo espuma de nada y la gente compra encantada la extravagancia.

La película está muy bien rodada, técnicamente mas que aseada, y con momentos foodporn. Los actores cumplen excelentemente su papel. Chutimon Cheungcharoensukying, acortado Aokbab, es actriz y modelo, y tiene cierto CV en pelis, series y programas de tv. Nopachai Chaiyanam, el chef malvado, es actor y modelo tai-alemán, y debe ser sobre todo conocido por King Naresuan (una saga de seis películas dedicadas a un rey de Tailandia, hijo del rey Maha Thammaracha y de la princesa Visutkasattri, que reinó entre 1590 y 1605), pero como plan B tiene una compañía de diseño gráfico. No os hago más revisión de casting pero todos tienen un CV variado y de cierto recorrido.

Por eso, muchos no entienden que ella, cuando vuelve a su restaurante familiar, no es la misma que mansamente continuaba en el negocio. Ha aprendido, ha cambiado, y va a definir su objetivo, sin saltarse pasos. Que tal una bonita reforma, un replanteamiento del menú con innovaciones accesible a una clientela que busca “algo más” (el inspector de Sanidad les agradecerá que repinten y embaldosen, por ejemplo) y aprovechar el tirón que puede tener que una recién lanzada estrella mediática anuncie que da un paso atrás para “volver a los orígenes” y ofrecer a los snobs la posibilidad de “recuperar los sabores tradicionales”

La imagen de ricachones estrafalarios en fiestorros parece un cliché, pero como en todas partes, donde hay dinero hay gente que hace lo que le da la gana. Aquí y en Bangkok. Por mucho que el índice de corrupción salga en las estadísticas como muy favorable, lo cierto es que es una de las economías más corruptas en su categoría de desarrollo. Todo el mundo, desde el funcionario aburrido al coronel chapeado, todo quisque reclama su pieza del pastel, y están encantados de aplicar su poder institucional a cambio de dinero y favores. En un país que políticamente es bastante inestable con 19 golpes militares desde 1932, tampoco es para ponerte firme con los militares. El sistema educativo es un desastre, la clase media estilo occidental no existe (sobre todo hay una clase obrera que sobrevive gracias a los bajos precios, el clima benigno y vivir al día sobre deudas y préstamos), el proteccionismo no deja espacio a la innovación. Los tailandeses son resilientes y aguantan carros y carretas, pero la disparidad entre los trabajadores de clase media y la clase trabajadora “del montón” es criminal. Los hijos casi siempre son enviados al pueblo con los parientes y sólo ven a sus padres unos pocos días al año, porque estos trabajan seis días a la semana en turnos de 12 horas por un sueldo miserable. Y las élites, como suele ocurrir, disfrutan de la “vía alternativa” en sus tratos con la justicia. Una alegría, oigan…


No me había atraído demasiado, pero le daré un tiento. Gracias
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Un capítulo de Master Chef en tailandés aunque en Master Chef no hay foodporn aunque si sadismo aunque sea ligth
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