
Evil Does Not Exist (El Mal no existe): Si, si, otra producción “para mayores”, de esas que no suelo comentar aquí porque este es un blog desenfadado, descacharrado y desnortado. Venga, que si no le meto cuchillo a esta película japonesa de Arte y Ensayo («Arte y Espasmo», que decía el iracundo Pumares) no me echaré la siesta tranquila. Han dado tanta brasa con su supuesta “trascendentalidad”, nos han machacado tanto (taaaaaanto) que si es una obra de arte y que si no nos ha convencido es que somos brutos impermeables a la belleza, que una acaba hartita del gafapastismo rampante, y como para eso tengo mi blog (para decir lo que me sale de las meninges y no repetir consignas), que pido la voz y la palabra para opinar.

El argumento … Bueeeeeno, es que la historia, en realidad, son dos juntadas al alimón porque el director no sabía por cual decidirse. O tres: retales como una colcha de patchwork organizada en la mesa de montaje a partir de las grabaciones desorganizadas, y que tiene como idea general la supervivencia en entornos no urbanos. Claro, es que originalmente esto no era una película. El director, Ryusuke Hamaguchi, ha trabajado asiduamente con Eiko Ishibashi, compositora e intérprete de música de estudio, con un estilo entre contemporáneo, minimalista y ambientalista. Total, que la señora tenia en mente un proyecto musical, y le pidió al director imágenes que se pudieran proyectar en sus actuaciones en vivo. Al director le vino a la cabeza los entornos semiurbanos y rurales que se había pateado yendo y viniendo de Tokio para buscar localizaciones de su anterior película, Drive my Car, y empezó a rodar en un entorno rural a dos horas de Tokyo (los Alpes Japoneses, en la prefectura de Nagano) escenas que pudieran ensamblarse con la música ya compuesta. Imágenes montadas cual videclip sin diálogo ni sonido, y que doña Ishibashi organizó en el proyecto GIFT: una experiencia cinemática de improvisación en una actuación en vivo y las imágenes de Hamaguchi. Como un 4.0 de los teatros de cine mudo con su pianista creando sobre la marcha

La primera historia es tal cual una secuencia de imágenes hermosas, como esas que se ponen en bucle en los bares pijos con una música suavecita. “El comienzo me hizo sentir como si le faltara la narración de David Attenborough” comenta un espectador en Internet, muy bueno, si señor.

La segunda historia (la que tiene algo mas de sustancia, y nos hubiera encantado que fuera el pilar fundamentel) es la de los habitantes del pueblo a los cuales les vienen a “salvar la vida” una firma de Tokyo que quiere montar un glamping para pijos tokyotas jugando a la inmersión en la Naturaleza(y que realmente lo hacen para pillar unas subvenciones, así que el proyecto es una birria peligrosa).



De donde vais a sacar el agua. Y la gestión de residuos. Y que pasa con las medidas de seguridad antiincendios, y el suministro de electricidad, y las protecciones contra los ciervos de la zona, que son capaces de saltar un cercado de dos metros de alto sin despeinarse… Efectivamente, para sobrevivir en los entornos rurales hay que conocer muy bien cómo funcionan, sabiendo que si los fastidias, el que se jode, eres tu

“Se necesitan 2 horas de tu tiempo”, dijo el director en alguna presentación, pero francamente, mas bien parece que, haciendo cálculos, decidiera que las historias cortitas no molan en las bienales y tal. Los críticos gafapastas gustan de laaaaaargos tochos para poder echarte en cara que si no te ha gustado, es culpa tuya, so rústico. Eso, ahora venís con el powerpoint a convencernos de que la tercera parte es el colofón perfecto de una obra maestra. Pues voy a hacer como los paisanos, a señalar que el señor director no sabe usar la elipsis y la criba, que las parrafadas de los personajes (como esos viajes en coche de los agentes, tostonaaaaaazooooooo) son absolutamente infumables y no aportan casi nada, y que el final es un engendro pegoteado. Que no, que este director le tiene demasiado apego a su material y no sabe meter tijeras o insinuar. Tanto hablar de las “zonas grises”, y mas bien parece que no ha sabido resolver la escena. Hasta aquí puedo leer sin hacer un spoiler. La cinematografía es buena, la música excelente, las interacciones personales naturales y auténticas (los actores son amateurs y lo hacen muy bien)… peeeeeero la historia y sobre todo su desarrollo, una porquería (el análisis no es mío, pero lo suscribo totalmente)

Lo de los ciervos japoneses tiene mucho trasfondo. Los sika (Cervus nippon), tambien llamados ciervos moteados del norte, son originarios de Japón y se han introducido en casi todo el mundo, a veces como subespecies, a veces directamente como plaga. Los machos, mucho más grandes que las hembras, pueden llegar a los 110 cm de alto en la cruz, y 180 cm de largo (de cabeza a cola). O sea, grandecitos. Son herbívoros, pero comen como un reactor nuclear: lo consumen todo. Cortezas de árboles, ropa tendida o puesta, arbustos, cultivos (saltan las defensas y lo que no comen, lo destrozan), basura, despensas… si nieva y no pueden acceder a la comida, entran a pueblos y granjas a pillar lo que tengan, y una vez se aprenden el camino, no necesitan excusas de gélidos inviernos para comer los planteles de arroz.

En los bosques, arrasan con montes enteros: lo que no comen, lo arrasan con las pezuñas (preguntad a cualquier gestor natural y os contará…), devoran la corteza de los árboles y llenan de ejemplares muertos las laderas, que son incapaces de mantener el suelo y con las lluvias, se producen deslizamientos. Con un equilibrio natural, la población se mantendría en unos números adecuados, pero desde 1900 no hay lobos en Japón, los osos de Hokkaido no están por la labor, y su caza, aunque alentada para el control poblacional y la comercialización de su carne, no llega a reducir lo bastante los números. Que no son bambies, señores, y aunque no se consideran agresivos (huyen cuando detectan la presencia humana), si se sienten acorralados o acosados se pueden revolver. Que esos ejemplares tan monos que ves en el templo de Nara son bebés, que los adultos se retiran discretamente para que no den (aun) más sustos a los visitantes


