
Golden Kamui: ¿Quién dijo que a las damas sólo nos gustaban las rom-com con más o menos dramón, a veces salpicadas de suave erotismo, a veces con chorretón de mamiporno? Pues no, mireusté, las damas también gustamos de historias de acción (sin nada parecido a una historia romántica), con personajes tremendos y tremebundos, protagonistas berroqueños…

… Criminales horripilantes, mandos militares japoneses con agenda propia, luchas entre soldados y veteranos de guerra, ambigüedad moral, la culpa del superviviente, el honor, la penitencia, la ética y la moral, mucha hemoglobina y mondongos… Buah, como un tobogán gigante, que no levanten el pie del acelerador.


Evidentemente, cuando anunciaron que se estrenaba una película live action, ahí estaba yo al acecho cual oso recién salido de la hibernación. Clavadita al manga y al anime, Golden Kamui se localiza en la posguerra de la guerra Ruso-Japonesa (8 de febrero de 1904 – 5 de septiembre de 1905) en Hokkaido y las regiones fronterizas. El protagonista, Saichi Sugimoto (apodado “Sugimoto el Inmortal” por su capacidad de supervivencia), un veterano de la Batalla de la Colina 203, trabaja como buscador de oro y explorador geominero en Hokkaido para (censurado por spoiler). Anda que no pasa miserias el tipo… Todo el mundo corriendo cual pollo sin cabeza detrás de la fiebre del oro en el Norte, y el apenas saca para subsistir y ahorrar pepita a pepita. Entre nieve, hielo y movida de cedazo, se entera de que existe un mapa que indica donde se esconde el oro de los Ainus. Y a por el tesoro que se va, aliado con una adolescente Ainu que es como Dersu Uzala pero en chica


¿Que si está bien documentada? Pues si, y eso le viene de origen. Los detalles en los aspectos culturales, políticos, sociales y tecnológicos del Japón Meiji por un lado y de las tribus Ainu por otro son exquisitos. Algunas partes clave del argumento son versiones ficcionalizadas de personas y eventos reales (como la mencionada batalla, o el personaje de Hijikata Toshizo, una figura histórica y reivindicado como uno de los últimos samuráis vivos). La exploración de la cultura Ainu y su colisión con el mundo moderno, atrapados cual jamón del bocadillo en el conflicto territorial ruso-japonés y las disputas internas del propio Japón, es totalmente realista



El resto del elenco, sólido y totalmente creíble. En el aspecto técnico, un producto impecable, con excelente fotografía en exteriores (y mira que es complicado equilibrar luces y sombras en la nieve, no veas cuando los uniformes y casi todas las figuras son oscuras), etalonaje natural y atractivo, ambientación estupenda….

Hala, que si no os divertís con esa película, iros a flagelar un poco

Los Ainus (“humanos”, como se denominan a sí mismos) son un grupo étnico asentado mayoritariamente al sur de la isla de de Hokkaido (arriba en el norte) y algunos de ellos también están presentes en las islas Kuriles y Sajalín, al este de Rusia. Se estima que habitan esta zona desde el origen de los asentamientos humanos en el archipiélago japonés, cruzando el puente de mar helado que existió entre Asia y América al congelarse en la época glaciar, en un periodo que oscila entre los 110.000 y 10.000 años a.C. Es por ello que se les define como etnia aborigen. Sus características genéticas son distintas de la etnia yamato (la mayoritaria en las islas, el “típico japonés”) Muchos de ellos tienen el pelo ondulado y de color castaño, ojos claros o una altura superior a la talla media del resto de los japoneses y gran cantidad de vello corporal Actualmente, el censo oficial de personas Ainu (cuyos padres, o al menos uno de ellos, pertenecen a esta etnia) es algo más de 25.000 personas, aunque extraoficialmente se estima que puedan llegar a ser en torno a 200.000. Tradicionalmente, los hombres portan grandes barbas y bigotes. Practican el animismo y se han mantenido en equilibrio con su entorno. Hábiles pescadores y cazadores-recolectores, las oleadas de colonos que avanzaban desde el sur (sobre todo en el s XIX) les fueron arrinconando

Los Ainus han sufrido discriminación y ninguneo desde que otros pueblos fueron llegando desde China y Corea. Solo en 2008, después de una serie de reivindicaciones públicas y manifestaciones en Tokio, se aprobó una resolución en la que, por primera vez en la historia, se reconocía formalmente al pueblo ainu, como «pueblo indígena con idioma, religión y cultura propia». Eso no quiere decir que dejaran de estar socialmente discriminados, sólo que no se podía hacer público el desprecio, y lo han transformado en la supuesta “protección” de la cultura en parques temáticos (lo cual tienen evidentemente enfadados a muchos interesados). La mayoría de los Ainu viven en condiciones de extremada pobreza y prácticamente en el olvido, a pesar de vivir en la tercera mayor potencia económica del mundo. Con la excusa de la “necesidad energética”, en 1993 les construyeron una presa en el río Saru, con las montañas sagradas a la espalda y en el corazón de la comunidad ainu. Saberes ancestrales convertidos en intercambio comercial y turístico, y los aborígenes condenados a sobrevivir con las limosnas que les dan los turistas urbanitas: la realidad, y sustento, de muchos pueblos indígenas.



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