
A League of Nobleman (Zhang Gong An , The Society of Four Leaves): Con esto de los C-dramas de época, hacen tantas, tantas, tantíiiiiiisimas producciones en China, que alguna tienen que acertar, claro. La mayoría son de un patatero que te dan urticarias a los diez minutos del primer episodio, con actores infames, direcciones espantosas, escenarios de pichiglas…Esta no, esta se deja ver con agrado. Hay quien la ha definido como una “serie confort”, o sea, el sándwich de jamón y queso con una taza de caldo apañada con los restos del frigo de un domingo de lluvia y frío fuera de temporada (maemía, que primavera más congeladora se nos ha venido este año). Si el pan lo tuestas con cariño, el queso y el jamón son buenos y el caldo casero, tienes una cena fantástica para ver los episodios con una benevolente mirada. No es perfecto, pero bueno, nadie lo es, como decía Osgood Fielding III

Bueno, como no hemos leído la novela comentaremos la serie. Empezamos con Zhang Ping, un estudiante pobretón que con su amigo del alma se presentaron a los exámenes estatales y suspendieron. Así que, para sobrevivir en la ciudad donde se han establecido, se dedican a vender platos de fideos en un puestecillo del mercado. Pero esto es simplemente una fuente de ingresos, porque lo que le gusta realmente al protagonista es resolver misterios. El quiere ser detective.


Y en sus ratos metido a investigador se da el topetazo con Mister Lan, el ViceMinistro de Ritos (como un Ministerio de Protocolos y Asuntos Religiosos), que es hijo de un antiguo Gran General que ha sido etiquetado de Traidor por la corte. El hijo se ha hecho toda una carrera en la Corte Imperial para limpiar el nombre de su padre (¿puede el hijo de un traidor en aquella época llegar a ministro?) y demostrar la inocencia de su progenitor. Ambos protagonistas son como aceite y agua: el cocedor de fideos es un jovenzano de carácter infantiloide, brusco y desabrido tirando a inocentón (el carácter ha sido identificado como autista, con sus dificultades en el contacto social y su rigidez de carácter), y en el libro se le describe como flaco, soso y parco.

El cortesano es su reverso: un tipo elegantísimo, con un pico de oro, que vive en un entorno de lujo y exquisiteces. Sus ropas con fastuosas, su casa maravillosa, y el mismo un hombre guapísimo de suaves maneras (aunque de vez en cuando pierda los estribos y se desmelene con las energías de la venganza, o tenga necesidad de un clorazepam en vena, dosis generosa)

Poco a poco, de la bronca inicial, ambos personajes se van acercando en sus relaciones. Aunque al principio parece que el señorito es un tipo retorcido y malévolo (bueno, maquinador si que es, no le queda otro remedio) que solo quiere usar al cuecefideos para jugar con él, poco a poco se vuelve mas protector y abierto. Entre otras cosas, por las artes cocineriles del fideísta, que son cura de sus males y noches de pesadilla.

Desde tenerlo de vete (vete a mirar esto, vete a investigar lo otro) hasta acabar mano a mano trabajando, ambos recorren un largo camino.

El aspecto visual de la producción es muy bueno, el etalonaje y coloración atractivos, los vestuarios excelentes, los escenarios preciosos, la BSO muy interesante (sobre todo esa cabecera, “Red Bloody Fog”, con música de percusión y litófonos, así como muy misteriosa, y las imágenes intrigantes).

Si os gusta el tema de artes escénicas, dan una pequeña muestra de las mismas en los casos que tienen lugar en el teatro. Danza, música…
Las tramas argumentales de los casos (que al final confluyen en un gran arco argumental) están bien… sin pedir demasiado. El ritmo es animado, y el que aparezcan el peligro en todas partes te mantiene enganchado. El nuevo pragmatismo del fideísta (que elige la lo bueno sobre la verdad) es para unos un desarrollo del personaje y para otros una contradicción de su carácter íntegro. Agujeros en el guión hay unos cuantos, y la resolución de los casos deus ex machina es irritante, pero enfin… los que sí hemos quedado hipnotizados somos los espectadores, y sin cuenco de agua ni nada. Ese señorito en túnica enseñando o insinuando desnudeces apetitosas, con el pelo suelto en desmayado gesto seductor, nos tenía distraídos (a mí, a muchas damas y a toda la comunidad gay china).

Los actores están muy, muy por encima de sus personajes. Jin Bo Ram (el noble vengador y maquiavélico) lo borda en una interpretación natural y fluida, con gracia y salero. Aunque al principio le coges manía, luego, al ver otras facetas del personaje, te fascina. Cantante de mando-pop (pop en chino mandarín) y actor con un montón de premios en su carpeta, tiene bastante recorrido. Se come con patatas la mitad del show. También lo hace fenomenal Song Wei Long (el pobretón cocinero), que con ese aspecto de ceñijunto escurrido tienen su punto en los melodramas y rom-com donde ha trabajado (aunque seguro que haría buen papel en pelis de artes marciales, para algo empezó en el cine por ellas). El resto del elenco también lo hacen muy bien, ojo. Incluso en papeles tan unidimensionales y sacando adelante miniarcos absolutamente inanes. Y es que, si bien toda la serie se ve con gusto, el final es (opinión unánime) acelerado, atropellado, chapucero y mal pergeñado. Realmente, no necesitamos comprobar que el malo es malo porque el mundo lo ha hecho ansín (y además no entendemos cómo se ha enterado de lo suyo)

Muchos comentarios alaban el “bromance entre los personajes masculinos” y “la ausencia de notas románticas”. Je, estos no se han coscado de las sutilezas que campan por toda la escena. Vale que es un drama “solo hombres”, que las mujeres apenas aparecen como elementos del decorado (excepto la emperatriz, y esa es más mala que la quina concentrada), pero ahem ahem… Las miradas, gestos y complicidades que hay entre los dos protagonistas son de manual. Y otras interacciones son difíciles de creer si no hay un sustrato amoroso entre los personajes. De qué si no esa fidelidad de los amigos, o esa temporada en que el futuro ministro y el amigo del momento vivieron en la “cabaña de los solteros”. Por mucho que luego metan con embudo un parlamento en el cual se nos informa que el viceministro es un viudo inconsolable que tiene a su hijo en el campo, a salvo de los enemigos invisibles, no podemos dejar de ver en el inteligente y moderado madurito interesante a un erastés que se divierte fascinado por las maneras frescachonas del joven erómenos, al cual, una vez le ha ayudado en su maduración, deja marchar para que siga su vida. Aunque la escritora de la novela original se haya hartado de explicar que no, que no hay ese tipo de relación entre ambos (que en realidad dedican el 95% del tiempo a resolver crímenes y no a flirtear entre ellos) y los productores de la serie juran que tampoco es un dangai (耽改, adaptación libre a la pantalla de un danmei – novelas centradas en encuentros románticos, afectivos y eróticos entre personajes masculinos -), hay quien apunta que toda la serie transpira un intento original de sacar adelante un drama BL (boylove) a partir de la novela, y que fué censurado en su guión (y seguramente en el montaje, porque parece como si faltaran escenas desarrolladas entre ambos) por la nueva dirección del gobierno chino, que ha metido tajo en la política referente a los dramas de asuntos gays. Desde 2021, el gobierno ha impuesto una censura feroz en la literatura danmei, y ha frenado en seco la tímida apertura que estaba brotando

